que me seque. A tientas di con la puerta, gané el saloncito y me refregué hasta quitarme el champú, que no el escozor, de los órganos visuales. Recién concluida la operación se reunió conmigo Suzanna Trash. Se cubría con un albornoz blanco y se frotaba el pelo con una toalla. Recién salida de la ducha, me costó reconocer en ella a la chica del álbum, que no a la de la cafetería de Madrid. Y es que así suele