. Para evitar despedidas, le seguí sin levantar los ojos del suelo. El cabo, muy gentil, se brindó a acompañarnos. Salimos los tres de la estación, que vista desde el exterior parecía un orinal boca abajo y anduvimos por un sendero que conducía a una explanada donde reposaba un helicóptero con las aspas mustias, al que me hizo subir a capirotazos el comisario, haciendo él lo propio en cuanto se hubo despedido del cabo con grandes muestras de camaradería.