que procuraba yo no arrimarme mucho para eludir tocamientos que pudieran ser malinterpretados. Así llegamos a una calle céntrica pero no excesivamente concurrida, en la que se detuvo el coche. Nos apeamos el comisario, los agentes y yo y anduvimos hasta una puerta de hierro desprovista de todo rótulo, que el comisario abrió, entrando acto seguido, y cuyo umbral traspuse yo ayudado por los puntapiés de los agentes, quienes habiendo procedido así se retiraron.