, para que Abreu emprendiera un desmedido elogio de su elixir, al que atribuyó eficacia fulminante. Yo me sentí avergonzado. «Poco falta», pensé, «para que diga que de un día para el otro le va a cubrir esa pelada con la melena de león». Confieso que la actitud de mi amigo me sorprendió y me entristeció. Demasiado pronto se había pasado al grupo de los médicos charlatanes.