la luz del conocimiento, la única luz que podía dar plenitud sin fin, sin amenazas, a su recién segado amor por Betina: la única luz que podía seguir dando sentido y razón a la sinrazón de Francesca. Echó a andar de prisa hacia donde el sol --un resplandor blanco en un cielo blanco-- se esforzaba por salir, hacia Grecia. Unas gotas de aguanieve comenzaron a caerle sobre el rostro. Nada le importaba que los puertos de montaña pudieran ya