un amigo suyo y se lo habían llevado a la comisaría a declarar sobre cierto artículo que había publicado en un periódico de Madrid. Hablaron de política y todos se apresuraban a relatar casos de gente condenada a varios meses de cárcel por escribir tal libro o cual artículo. Había uno que no hablaba casi, un hombrecillo de nariz pequeña y labios finísimos que asentía a cada instante con gesto preocupado y cerraba los ojos como si todo aquello fuera una fatalidad irremediable. Miguel tampoco habló