en el Vaticano y el Buque Encantado. Una vez inmerso en el delirio barroco de los salones -la cueva de los monos, un gendarme plus vrai que nature, Reagan promocionando dentífricos ante una doble fila de micrófonos-, para escapar a los corros de provincianos y extranjeros venidos a admirar un popurrí de Carlomagno, San Luis, Napoleón, Juana de Arco, María Antonieta, el Delfín, Julio Iglesias, Richelieu y Mrs. Thatcher, se interna inmediatamente en el laberinto de