del resto por unas mamparas como de papel cebolla. Era el reservado una especie de toril con una mesita en el centro a la que alguien, quién sabe con qué intenciones, había serrado las cuatro patas. En la estera que cubría el suelo se sentaba un individuo cincuentón, de aspecto aristocrático, escrupulosamente vestido y agraciado con una perilla blanca que contrastaba con su cabellera color de azafrán. Al vernos entrar hizo el productor, pues de él sin duda se trataba,