de los norteamericanos se debe no tanto a los encantos filosóficos y estéticos de la decadencia como al hecho de ser la puerta de entrada de la historia. La decadencia les da aquello que han buscado siempre: legitimidad histórica. Las religiones guardan celosamente las llaves de la eternidad, que es la negación --o, más bien, la disolución- de la historia; en cambio, la decadencia abre a los pueblos advenedizos -sean romanos o aztecas, asirios o mongoles- ese