¡Qué ganas tengo de que me hables! Seguro, tu voz es como la mía: voces compañeras, ¿verdad?... Por eso te digo cosas de hombre y no los cuentos que invento para esos profesores. Ellos la guardan en sus máquinas; en cambio tú me oyes como las ardillas desde una rama, con sus ojos como tus botoncitos, sin saber entendernos. Pero tú sí, mis palabras hacen nido en tu pechito. Algún día las recordarás de
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