, contando con pasar por un petimetre mogrebí. Recogimos de salida el maletín y, ya en la puerta, echó una última ojeada al piso entre cuyos tabiques tanta dicha me había sido dada, porque, aunque estaba convencido de que en el futuro, cuando lascosassehubieranarreglado,ibayoavisitarlo con frecuencia, no podía desechar del todo la premonición, hija de mi vida y otras tristezas, de que quizá lo estaba viendo por última vez.