morabito aguardan pacientemente en el rellano, junto a la puerta de su cuchitril: mujeres envueltas en chales y caftanes, individuos sombríos y ensimismados, manos y cabellos teñidos de alheña. Al llegar él y acomodarse en un escalónjuntoalúltimomiembrodelacola,leobservan con indiferencia, sin preguntarse qué hace allí. Nuestro hombre ha tenido, es verdad, la elemental precaución de cambiar su habitual sombrero de fieltro con un turbante amarillo adquirido por el