para perderse por el mar.» Pero tu barco era aquel de caobas y metales dorados anclado en la bahía; aquel de los salones y las fiestas que mantenía las luces encendidas hasta la madrugada, y cuya música reptaba por las calles del pueblo. Julián, que te observabayveíatuasombroytudeseo,hacíaunguiño y te decía: «Podemos preguntar si necesitan hombres...» Tú volvías de tu avidez contemplativa. Reías. «Algún día --decías-- iremos los tres juntos en uno