y la nariz para obligarle a ingerir lo que le metía en la boca. Cuando me hube aburrido de esta lenta y en apariencia ineficaz operación, le apreté los carrillos y le metí por el morrito el resto del café enriquecido. Luego la dejamos reposarynospusimosaobservarla,aguardando a que el antídoto surtiera su efecto benéfico o acabara de mandarla al otro mundo con piadosa celeridad. No se hizo larga la espera, porque sabido es que la