exento de firmeza y nos indicó con una mano la salida mientras con la otra hacía señas a un fornido conserje para que nos disuadiera, si nos mostrábamos obstinados, de incumplir su sugerencia. No me pasó desapercibido el pistolón que el conserje llevaba colgado al cinto y me puse aobservarconredobladoempeñolaapetitosadelantera de la recepcionista para aprovechar en algo grato los últimos instantes que tal vez de vida me restaban, diciendo a la par que lo hacía: --Ave