misma me llenaba de espanto, imaginando a la pobre niña muriendo entre las llamas, cosa que, desde luego, jamás deseé. Sus preguntas me herían y me hacían sentirme injustamente acusada. Pero no podía defenderme. Mis actos habían sido ya demasiado elocuentes. Enmudecía yescapabadeellacuandonopodíaresistirmás. Josefa era muy severa conmigo, aunque ahora pienso que era siempre así, incluso consigo misma Tú apenas la trataste. No recuerdo que cruzaras con ella más de