no conseguí que dominara los entresijos de nuestro agilísimo idioma. Pero no es de eso, claro está, de lo que quería hablarle... Cabeceó para disimular el rubor que hacía su rostro indistinguible de los arreboles del nuevo día y agregó en tono suplicante y quejumbroso: --Desde que le vi por primera vez me di cuenta de que era usted un hombre de mundo. Usted, sin duda alguna, conoce bien a las mujeres. Digame una cosa con absoluta franqueza