lele probablemente entonces no sería ya tan escaso el público de cualquier ideología que oiría con el mayor agrado las más duras y crudas declamaciones y gesticulaciones de eficacia a ultranza, de rigor implacable contra el mal. Un joyero que, tal vez inducido por el más comprensible temor por su propia vida y la de su familia, había tenido la infortunada idea de comprarse una pistola se vio llevado al trance de matar y herir a dos jóvenes ladrones que intentaban robarle,