a las aves de sus ramas y gritábamos con todas nuestras fuerzas, pero tú, Francesca, no respondías y la noche --con tener tantos y tantos ojos en su rostro-- no tenía labios, no tenía boca: callaba y guardaba su secreto. Y su secreto eras tú. De madrugada todo el valle se había puesto ya en alerta. Con la primera luz te encontraron al final de la carretera que conducía hacia el lago, aterida, agotada, sonámbula. Seguías