La penumbra se había vuelto azul marino; esto le permitió escapar a la atracción del cuerpo inerte. De un salto, tomó el camino del cuarto de baño y estuvo allí lavandose las manos en un agua tan azul como salida de un tintero; ni siquiera la pastilla de jabón clareaba en la noche. Humedeció la cara sin miedo y se atusó el pelo con los dedos mojados; después retiró el tapón del sumidero y éste sorbió el agua ruidosamente. El ruido le