, siempre lo supo ella, y lo seguía sabiendo. La miraba cuidadosamente mientras ella, ajena a la observación, aseguraba el bolso con la mano contraria al atravesar en diagonal la muchedumbre para alcanzar el bordillo de la acera; nunca aprendió a cruzar por los pasos de peatones; continuó mirando cómo, aún más abrazada a su bolso, sorteaba los automóviles arqueando el cuerpo y pisando la calzada con el estilo de una tradición. Luego desapareció de su vista porque, sin duda