viento dispersaba aquí y allá unas gotas sueltas de agua de lluvia. El miraba y esperaba. Al respirar empañaba el cristal. Veía crecer la mancha de vaho, sin forzar la respiración, hasta que aquélla alcanzaba sus límites. Entonces apartaba un poco la boca y con el dedo índice que surgía de entre el vendaje de la mano izquierda trazaba círculos de fuera a dentro. El vaho, al disiparse, se iba confundiendo con los círculos hasta que el último, un