le, de suela enorme y en forma de cuña, a veces con puntera descubierta, fueron recibidos con reprobación y algo de escándalo por la mayoría de las madres, que los llamaban con gesto de asco «zapatos de coja», aludiendo a su aspecto, en verdad un tanto ortopédico. Aquella suspicacia ante la moda nueva, demasiado unánime y visceral como para ser pasada por alto, tenía en el fondo una razón de ser más profunda que las que se invocaban para