la Ni vocación de nada. Eso era simplemente inaceptable. Por los años cuarenta, cuando nadie entre las personas que yo conocía había leído a Freud ni se había banalizado el psicoanálisis empezó sin embargo a circular como moneda corriente una expresión que aludía globalmente a todas las torturas incomprensibles del alma: «tener complejos». La complejidad, como la rareza, no eran bien recibidas en una sociedad que pretendía zanjar todos los problemas tortuosos y escamotear todas las ruinas bajo un código de