solían advertir en seguida las amigas. Tanto si la interesada decía que sí, que ya se había fijado, como si su modestia --verdadera o falsa-- la llevaba a ponerlo en duda argumentando que tal vez aquellas miradas iban dirigidas a otra chica de las del grupo, la amenaza de las interferencias ajenas se empezaba a configurar como una nube negra sobre aquella ilusión alimentada a solas. La carga eléctrica de un amor en ciernes y sin desagüe demasiado preciso soliviantaba al grupo