atrás, buscando aire, y aflojó las manos; tenía el pulgar derecho acalambrado y lo friccionó insistentemente. Al dejar caer las manos tropezó con el cuerpo, inmóvil entre sus piernas flexionadas. Ya estaba muerta. -Dios mío -murmuró a media voz- ¿qué va a ser de mí ahora? En la habitación reinaba un silencio absoluto. La penumbra se mantenía suspendida en él, dejando apenas señalados los volúmenes, los ángulos y las aristas, como si la oscuridad