dé vueltas, su boca se transforme en sima cavernosa y un súbito e invencible cansancio abrume sus sufridas espaldas. Tras haber contemplado a aturdidos grupos políglotas perdidos en sus salas sin saber, a ciencia incierta, si el cicerone iba a recitarles la lista de los reyes godos o proponerles un paseo en góndola y docenas de japoneses examinar a la Gioconda con gafas especulares ahumadas, ha renunciado a estos baños intensivos de conocimiento, estas dosis masivas de píldoras culturales que, paradójicamente