punta de los dedos, las echaba en el agua humeante, apagaba el fuego y esperaba un momento. Luego vertía el té sujetando con una mano la tetera mientras con la otra pasaba de taza en taza el colador. Por último colocaba sobre la bandeja una cajita con sacarina. --¡Muy bien, muy bien! --decía siempre el médico--. Mejor la sacarina.