sabes muy bien quién se llevó tu reloj de submarinista y las joyas de tu abuela y los cubiertos de plata y los candelabros... Miguel escondió la cara entre las manos y, casi sollozando, repitió yo no miento nunca, no miento nunca. Al día siguiente, Mercedes hizo ir a su hijo al comedor. Allí, de pie junto a la vitrina, estaba también Onésima, que tenía los ojos húmedos de haber llorado. Cuando el niño entró, la sirvienta se