remontó de un salto los escalones y de una patada derramó sobre los periódicos el contenido de todos los botes. Miguel empezó a insultarle de nuevo, pero Carmina había oído el alboroto y, con los brazos en jarras, les observaba desde la puerta. --Qué traviesos y qué desobedientes... ¡Venga para adentro antes de que se entere la abuela! --les ordenó, casi sonriendo. El abuelo no estaba en casa cuando llegaron aquellos dos hombres preguntando por él.