compasivo o más malicioso averiguó mis señas y me la hizo llegar a portes debidos. Abrió el sobre que había estado acariciando con las yemas de los dedos y me tendió unos papeles manuscritos que empezaban a rasgarse por los dobleces. Los desplegué con cuidado, me acerqué al flexo que seguía encendido en el escritorio y cuyo haz de luz se iba encogiendo a medida que invadía la estancia la luz de la mañana, y leí esto: Repugnante albóndiga: Desde que me fui de