que tiene toda la razón. Ahora mismo emprendo el regreso al manicomio. Que usted lo pase bien. Le oí gritar algo, quizá porque dudaba de mi sinceridad, pero no le hice el menor caso. Colgué el teléfono, desplegué el periódico de par en par y me sumergí de nuevo en el tráfago bullanguero de la ciudad. La misteriosa desaparición del señor Ministro y las dudas que sobre su identidad empezaba a abrigar no hicieron sino reforzar mi convicción de que el asunto