Por la noche, Miguel, excitado, no cesó de pensar en el loro que su madre le iba a comprar. Sería tan bonito como Capitán Flint, el de La isla del tesoro, y aprendería a decir ¡doblones de a ocho! y a reír como el abuelo. No le cabía la menor duda de que su madre se lo iba a regalar la tarde siguiente, desoyendo por completo las amenazas de la abuela. Pero no ocurrió así y lo que Mercedes