selo y agua caliente nos hicimos café y don Plutarquete desenterró de un armario lleno de libros un segmento de tortell que, puesto en remojo, resultó comestible, aunque no gustoso. Consumido el desayuno, el instruido octogenario, que parecía haber regresado a la edad del pavo, empezó a relatarnos una historia incoherente que, a juzgar por las risitas y morisquetas con que la salpimentaba, debía de ser algo subida de tono y que, según creí entender, se desarrollaba