--Cuenteme usted --dije acto seguido-- lo que ha pasado. --En cuanto ustedes se hubieron ido --relató el viejo historiador con voz trémula--, me metí en el dormitorio para velar el sueño de mi querida hija, si así se me permite denominarla, y tal serenidad su rostro de querubín me infundía que no tardé en quedarme yo mismo como un leño. Al cabo de un rato me despertó un ruido procedente de la sala, al que