la Emilia--, hasta aquí hemos llegado juntos y juntos vamos a seguir hasta el fin de la aventura. Póngase de pie, súbase los pantalones y apoyese en mi hombro. --No voy a consentir... --protestó el frágil erudito. --Usted se calla, coño --le dijo la Emilia. Y, sin más, flexionó las rodillas, metió el brazo por entre los fláccidos muslos del profesor y se lo echó al hombro como si fuera un