se gradualmente relajando su tensa fisonomía, con lo que se puso más guapa, abandonando la forzada postura de karateka que para escucharme había adoptado y dejandome a mitad de relato plantado en el salón para irse a la cocina a preparar un café y unas tostadas. Al lector avisado no habrá pasado por alto que de mi crónica oral omití el hecho de que el dinero del maletín me había sido robado, porque todo me inducía a creer que en el robo del