zanjado. ¡Y viva la Marletta, la buena magàra! Andrea le mira alucinada. «Vivo en el absurdo», piensa. Por fortuna, la televisión va a dar las noticias. Ya en plena madrugada el viejo se traslada a la alcobita sin aguardar el crujido de la cuna. Contempla al niño a la contaminada claridad de la noche milanesa. La nieve ha desaparecido ya, arrastrada por las mangueras y las máquinas municipales. Absorto en sus cavilaciones, le causa