Elisa me castigaba si la dejaba entrar o si salía a jugar con ella. Nuestra amistad crecía a medida que Santiago se alejaba de mí para dedicarse por entero a los quehaceres y amigos del colegio. Siempre que podía, me escapaba con ella o la introducía a escondidas hasta la huerta. Un día la vi pasar con su abuelo por la carretera y ni siquiera me miró. Iba vestida de blanco y, aunque la falda era corta, supe que había hecho la