la imaginarse lo imperioso de la inercia que empecina a una tal institución en continuar rodando por sí misma. 11. Los que, como alardeando de honradez y valentía, dicen "yo llamo a las cosas por su nombre" no aluden a una mayor precisión cualitativa, sino a la pretensión de darle a la cosa en cuestión su merecido; entienden la palabra no ya como una herramienta para definir, sino como un zurriago para castigar. Así, algunos de los