--Abra y lo verá, reverendo padre. Se entreabrió la puerta y asomó el rostro avinagrado del portero. --¿Qué se le ofrece a estas horas? --preguntó. --Inviteme a entrar y se lo diré. --No puedo. Estoy en camisola. ¿Qué quiere? --Hacerle una pregunta. Si el monasterio apenas recibe visitas, ¿a qué dedica usted sus horas libres? --Engraso las bisagras y rezo por la salvación de los impertinentes