cada vez más y nadie en la casa se atrevía a decirle que aquello era impropio de una mujer y más aún de una criada, como sin duda estaban pensando. Por las noches daba largos paseos por el jardín. Yo observaba con atención las sombras que la rodeaban. Nada se movía junto a ella. Nadie la miraba desde la cancela. Y, sin embargo, cuando ella desaparecía, en la soledad de mi dormitorio y desde aquel perfecto silencio, me sentía