--¿Estás segura? --dije mientras me ponía la gabardina que en su momento había tomado a préstamo precisamente en casa de la periodista, porque no me parecía bien andar en cueros en presencia de la Emilia, ya que, después de lo acontecido entre nosotros un rato antes, mi descoco habría podido interpretarse como una manifestacion de familiaridad a la que distaba yo mucho de considerarme autorizado. --Nunca digo una cosa por otra --replicó ella-- y soy muy