Miguel la observó un instante con frialdad. Una noche escuchó desde la cama ruido de pasos apresurados en el pasillo. Sonó un portazo y la voz de la abuela preguntó: «¿No te da vergüenza volver todas las noches borracho?». Una voz gangosa y lejana, la del abuelo, contestó con una blasfemia y, minutos después, con un grito aislado: --¡Tú tienes la culpa de la mierda de vida que he llevado desde que me atrapaste