con los otros, entrenarme para la Vuelta a España. Pero no podía hablar. A pesar suyo, sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas. Rabioso y despreciandose, las limpió con la mano. El padre le observaba en silencio, y cuando habló, su voz sonaba distante y áspera, y en modo alguno convencida. --Está bien. Lo siento. El microscopio está ya encargado y pagado. Los tiempos son duros para todos y yo no voy