«Santa Madonna, sólo a ella podía ocurrírsele regalarme unos guantes... ¡ Si nosotros no gastamos! Son para señoritos de Milán, o para señoronas que no hacen nada con las manos... Allá en el país sólo llevaba guantes aquel chófer nuevo del marqués, cuando bajaban desde Roma con su coche para ordeñarnos nuestro poco dinero y llevárselo. Un mierda, el chófer aquel; pensaba que con su gorra y sus polainas se iba a llevar al