los ojos. Yo sentí un horror incontenible subir por mi cuerpo. La neblina también iba subiendo; al menos eso creí. Iba pisando humo y bajo el humo yacía el suelo viscoso y triste. --Señorita, ¿no podríamos regresar? Estoy cansada. Me miró ofendida: --Bueno, a mí me ordenaron que le enseñara el parque y no hemos visto ni la cuarta parte. Pero si usted quiere. --Estoy cansada. --Vamos entonces hacia la avenida.