sela la ebullición de mi sangre, de mis neuronas, pobre cabeza mía, pobre pellejo mío, ¡qué chingada guerra que me tiene en ese estado!, pero si ya no estoy en guerra, hace años que pasó y me cuesta trabajo comprenderlo; creo que la guerra permanece como mi cantimplora y mi cuchara de palo en el buró, al lado de mi cama, nunca se acaba; todas las noches son los mismos sobresaltos, los mismos obuses que