la desbaratar aquel conjunto de actitudes cristalizadas. Ya tenía yo nueve años cuando tía Delia anunció desde Sevilla que abuela, tu madre, se estaba muriendo. Enseguida os fuisteis mamá y tú, para no volver nunca más los mismos. Cuando regresasteis veníais pálidos y vestidos de negro, enlutados en cuerpo y alma. Tú te alejaste aún más de los demás. Dormías siempre en tu estudio y, a veces, incluso comías allí, a deshora. Mamá se encerró en su