le y cínico. --¡Dios mío, ayudale! --rogó tía Elisa con voz temblorosa. --Ten cuidado --aconsejó él en son de burla--: si no sabes muy bien dónde está Dios, a lo mejor te equivocas y envías tu súplica al diablo. Yo no podía reconocerle con aquel descaro y cinismo. --¿Está ella ahí? --preguntó colérica doña Rosaura.